“¡Hay que sacar las armas de la universidad!”, exclama con vehemencia Saúl Franco Agudelo, comisionado de la Verdad de Colombia, al reflexionar frente al equipo de reporteros jóvenes de la Unidad de Investigación Periodística sobre el impacto del conflicto armado en las universidades.

Este es un tema poco abordado en los medios de comunicación del país. En la revisión de archivos de prensa, desde finales de la década de los noventa hasta los primeros años del dos mil, no se encuentra un volumen significativo de publicaciones. Incluso, en medios locales, el silencio es notorio, a pesar de que la universidad pública más importante de los territorios que cubrían se encontraba asediada por grupos armados ilegales.

¿Miedo? ¿Amenazas a los periodistas? ¿Cooptación de las líneas editoriales? ¿Silencio de las fuentes? Hoy, todas esas posibilidades siguen vigentes y no permiten una respuesta categórica. Las guerras entierran verdades y consolidan estratégicamente una imagen turbia de la realidad.

La imagen turbia de Colombia a comienzos del siglo XXI es un collage en blanco y negro: pueblos desplazándose, listas de desaparecidos, menores reclutados, masacres dantescas; estudiantes y profesores perseguidos por sus militancias o por oponerse al statu quo. También es la imagen de un movimiento estudiantil, con un largo historial de persecución desde principios del siglo XX, señalado —al final de esa época— como enemigo del Estado por supuestamente hacer “juego” a las guerrillas.

Desde el Caribe colombiano hasta la frontera con Ecuador, las universidades fueron territorios de disputa. A través de infiltrados, las autodefensas de extrema derecha —en ocasiones con alianzas con el Estado— amenazaron, desaparecieron y asesinaron a estudiantes que identificaban como militantes de izquierda. Esto ya no es una hipótesis remota ni una verdad dicha en voz baja: exintegrantes de estos grupos y antiguos altos mandos de la Policía Nacional lo han reconocido frente a sus víctimas, en el marco de la justicia transicional iniciada tras la firma del Acuerdo de Paz en 2016.

También las guerrillas infiltraron universidades y reclutaron jóvenes, ya fuera para tareas políticas urbanas o para unirse a sus ejércitos. Sin embargo, sobre estos hechos, los firmantes del acuerdo por parte de las extintas FARC siguen sin ofrecer un reconocimiento pleno. Persisten en el silencio sobre los estudiantes desaparecidos y asesinados tras ser reclutados.

Quienes vivieron la furia de la persecución y enterraron a sus compañeros entre los años 2000 y 2016, aún sienten angustia al hablar del tema. Algunos, al narrar por primera vez lo que significó estar en la mira del Estado o de los grupos armados, rompen un silencio de décadas.

Estas voces dan vida a este proyecto de la Unidad de Investigación Periodística del Politécnico Grancolombiano. A través de entrevistas biográficas se recuperan testimonios clave de víctimas y se reconstruye, incluso, la voz de las propias universidades, que por primera vez se convierten en protagonistas de su propia historia. Las voces de personas expertas, que por años han estudiado el fenómeno, también se cruzan en este proyecto para ampliar la mirada.

Este ejercicio de memoria y verdad da cuerpo al proyecto: Laberinto de noche y niebla. El título remite al decreto nazi Nacht und Nebel, utilizado para hacer desaparecer sin dejar rastro a opositores políticos; con el tiempo se transformó en símbolo universal de la represión, la desaparición forzada, la impunidad y la persecución.





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Mayo 2025, © Todos los derechos reservados